El Leipzig se quedó el partido de verdad en los primeros veinte minutos. No fue el suyo un dominio hueco, sino una acometida desde los cuatro puntos cardinales: Dani Olmo por la derecha, un picante Simons desde la izquierda, una primera presión feroz y efectiva, Sesko violando el espacio aéreo de los centrales blancos, Openda esprintando en cada contra, Raum repitiendo como lateral con pretensiones. Uno de esos huracanes que tantas veces se han llevado por delante al Madrid en Alemania.
Amaina el temporal
El sufrimiento del equipo blanco fue extremo. Nada que no haya visto antes. Las catorce Copas de Europa de su museo están llenas de cicatrices, de inicios perezosos y finales felices. Le llaman remontada.
De cuando en cuando el Madrid le bajaba la temperatura al choque con algunas posesiones largas, sin pasar de ahí. Entre Kroos, a base de toque, y Camavinga, de zancada, le restaban la pelota cuanto podían al Leipzig esperando tiempos mejores. Por delante de ellos, nadie dejaba huella. Tres disparos contra los defensas alemanes, un tirito de Kroos a las manos de Gulacsi, un remate pifiado por Rodrygo. Pirotecnia. El Madrid necesitaba al Vinicius del duelo ante el Girona, creativo, desbordante, subversivo, pero la zaga alemana se protegía bien contra sus ocurrencias con una defensa de ayudas a Simakan, su vigilante. Heinrichs siempre estuvo dispuesto a echar una mano allí. Peor aún le iba a Brahim y Rodrygo. El primero, como delantero centro disfrazado. El segundo, especialmente impreciso en las combinaciones.
Al descanso el Madrid solo podía celebrar el resultado y que las ocasiones del Leipzig fueron perdiendo claridad con el paso de los minutos. Equipos tan volcados en el plano físico como el alemán van perdiendo colmillo cuando corre el reloj.
Una obra de arte
El Leipzig amenazaba con un segundo asalto cuando llegó la jugada del partido, un salvavidas convertido en pieza de museo. Brahim tomó el balón en la derecha y fue zigzagueando en busca del remate asesino. Se deshizo de Raum, de Simons y de Schlager con golpes de cintura y cuando se abrió el bosque al final de tanto árbol metió una rosca de izquierda cerca de la escuadra. Lo hizo sin patines, aunque no lo pareciera. Un gol que nada tenía que ver con el partido ni con el Madrid. La enésima confirmación de que en el fútbol, cuando no aparece el equipo, aparecen los futbolistas. Brahim es de categoría superior, diferencial, aunque haya entrado en el club por la trastienda, siempre la cara más difícil de ascender. Más si el sitio que le ha reservado Ancelotti es el de Bellingham. Una lástima y una injusticia que se rompiera a diez minutos del final.